Volvimos a casa

    El 25 de septiembre de 2021 quedará grabado a fuego para toda la vida en mi memoria y en mi corazón. Fue el día en que El Pez, después de 567 días (como dijo nuestro hermano Javi), volvió a compartir mesa tras superar la oscuridad, el terror, la pena y el ostracismo en el que un maldito bicho, llamado COVI-19, sometió a toda la población. 

     Recién levantado comencé a sentir ese nerviosimo de los días importantes. De los Domingos de Ramos, de los instantes antes de poder llevar a tu Titular... de los marcados en rojo. Ya en el trabajo, os digo la verdad, no pude aguantar más y a las doce del mediodía cerré la tienda para poder estar cuanto antes entrando por el dintel de la puerta de mi cuartel. 

     Ya bajando la calle Santos, donde ya podía ver, al fondo, la fachada blanca y granate del grupo, todo era un cúmulo de emoción, ganas y de querer entregarte a lo que te ofreciera el día; estando seguro que vendría corto. Al llegar a la misma puerta, me detuve y tuve una pequeña conversación interior con la casa. Cuántas cosas habían cambiado desde ese sábado de Transfiguración que, sin saberlo, se cerró la puerta por mucho tiempo. Cuánto había cambiado la vida a nivel de corporación y a mí, a nivel personal. Muchas cosas que contar, enseñar y conversar a esas cuatro paredes que tanto, tanto nos alimenta. 

     Al entrar... ruido de lijas, risas y un olor intenso a renovación y a volver a empezar que me regalaba el barniz que Troni y Francis estaban imprimiendo a los muebles. La secadez de la oscuridad comenzaba a irse. En el patio Jorge, Nene y Antonio ponían a punto los bancos que durante tanto tiempo estuvieron expuestos al sol, lluvia, frío y calor sin sentirse útiles para el descanso de los hermanos. Por si no hubiera suficiente con ese olor, no tuve otra cosa que encender una varilla de incienso cofrade que me traje de la tienda con la ilusión de un niño, para quitar aún más si cabe el olor a tanto tiempo cerrado. 

     Volví la vista y no pude más que entrar a mi querida sala de figuras. Allí estaban... intactas. El tiempo para ellas no había pasado. Al contrario, este tiempo sirvió para cambiar algunos ropajes y estaban preparadas de gala para el próximo Jueves Santo. ¡Soberbias! Un montón de cajas de nuevas sandalias me quedaban por preparar. Renovación, vuelta a empezar...

     Pero la magia llegó al subir las escaleras. Conforme más me acercaba a la planta de arriba, más escuchaba el trajín de la cocina y más presente se hacía el olor a guiso, a viandas. Cacharros para arriba y para abajo y dándole vida mis hermanos Antonio Joaquín, Juanfe, Fede, Maiz y Víctor, que nada más y nada menos, desde Madrid se presentó porque no podía ni quería perderse este momento. 

     Poco a poco el cenáculo comenzó a llenarse de almas vivas y candentes del Pez. Un Jesús Nazareno con el cielo más vivo y más esperanzador que nunca se haya visto presidía la mesa. Todo perfecto. Nada se había movido. Ni la Vieja Cuaresma que seguía con esas cuatro patas del 2020. Nuestro hogar nos escuchó y se puso sus mejores galas para recibirnos. Se le notaba la alegría... no había ni un cuadro ladeado. A cada plato que se ponía en su mesa, una carcajada de fondo se le podía escuchar a nuestro querido cuartel. Y cuando el ruido de las sillas al levantarnos para bendecir se escuchó, una brisa entró por el ventanal que decía... "ya están aquí de nuevo". Esa brisa que bajó nuestro hermano Rafa Jiménez, que como en el cielo era su primera comida con nosotros, pecó de novatada, y los veteranos celestiales Rafa Fresno y Lolo lo hiceron bajar para traernos ese frescor que todos notamos en el primer bridis. Y se quedó un ratito en su esquina, ahí pegado al cuadro del Terrible, él mejor que nadie conoce ese cielo que nosotros vemos pintado. Se fumó un cigarro. No dijo nada y viendo que no compramos filetes de pollo para la plancha se volvió con Lolo y Rafa para, desde arriba, pasar con nosotros la jornada tan importante. 

     Cuando las primeras notas del "Cantemos tu Gloria" saltaron...las lágrimas de los hermanos brotaron. Lágrimas de pena por lo perdido. Lágrimas de alegría por lo recuperado y por lo que, Dios mediante, se recuperará. En los algo más de 20 años que llevo en este bendito grupo, nunca escuché un cántico con más alma y mejor cantado. Se elevó al cielo de una forma que el cenáculo volvió a ser lo que siempre fue. Los ojos brillosos de muchos hermanos con la mirada perdida presagiaban que lo que se vivía sería algo recordado por siempre. 

     Volvimos. Renovación, vuelta a empezar. El día se hizo muy corto. Pero ahora el cuartel, si desde el pasado sábado 25 vuelves a entrar, nuevamente te habla. Nuevamente escuchas ecos que se habían perdido. Nuevamente notas el calor de un hogar. 

     Gracias, hermanos, por hacer de una casa nuestro regazo.



Mario Quero Delgado